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Disfruta el silencio


All I've ever wanted...
All I've ever needed...
it's here in my arms....
words are very unnecessary...
they can only do harm...
-Enjoy the silence - Depeche Mode

(todo lo que siempre he querido...
todo lo que siempre he necesitado...
está aquí en mis brazos...
las palabras son tan innecesarias..
sólo pueden hacer daño..

                                                    -Disfruta del silencio – Depeche Mode )

 Para cuando llegué a Vioolsdrif, el puesto fronterizo sudafricano, ya todo el paisaje y los fenómenos atmosféricos a mi alrededor se habían transformado; un atardecer extra-planetario indicaba mi rumbo: Namibia; y ese cielo multicolor de nubes estiradas como finas fibras de seda, sobre un desierto rocoso de arbustos secos y colores opacos, era el claro anuncio de que una nueva dimensión y un espacio único me estaban esperando. Ya había escuchado repetidas veces hablar de la belleza de Namibia, pero ya he estado también en decenas de escenarios mágicos en este mundo, por lo que mi menor capacidad de sorprenderme me mantiene con cierto escepticismo ante las palabras ajenas. Ahora me tocaba descubrirlo por mí mismo para sacar mi propia conclusión.



Aus 


 Durante los últimos meses, lado a lado con cada pisada en los pedales, he venido librando una batalla emocional paralela a la que no daba brazo a torcer. Con el mismo rigor y tozudez que enfrento todas las adversidades del mundo, me propuse remontar lo imposible. Desde entonces, una y otra vez he sido arrojado al suelo por las olas de un mar tempestuoso impenetrable que no me permitió pasar la rompiente, al mismo tiempo que de a poco veía con impotencia aquel barco alejarse fuera de mi alcance. La última ola llegó la noche anterior a cruzar a Namibia, y esta vez me arrojó al fondo del mar, me batió de un lado para el otro, y allí me dejó, roto y perdido. 



Los primeros días en Namibia fueron tan duros, que rodeado de paisajes de ensueño y de un silencio absoluto, no podía ver nada a mi alrededor. En el segundo país más despoblado del mundo donde el vacío es casi absoluto, la soledad que originalmente amo con devoción, esta vez servía de espacio perfecto para que mi mente en su estado más indómito diera rienda suelta a su locura. Las horas que no pasaban, los paisajes que ya no veía, el silencio que me aturdía; cuando llegué al pequeño pueblo de Aus en el Namib, contemplaba por primera vez dejar este viaje. El fracaso repetido de mis esfuerzos hundió a este guerrero, que sintió que si ya no podía disfrutar, entonces todo había perdido sentido. Ahora me encontraba ante dos opciones: soltar o rendirme, y ambas requerían de mucho valor. 
  
Aquella noche helada en Aus, acampado en el jardín de tierra de una casa, me encontraba inclinado hacia la segunda cuando una última conversación por Skype marcaba la ejecución final; allí me di cuenta que no había más que hacer, había sido finalmente vencido. Con la frente baja, aceptando la derrota, llamé a mis padres para decirles que ahora contemplaba la idea de dejar esta aventura; pero una vez más redescrubrí que uno no es guerrero por sí solo sino por la gente que lo acompaña en esta intensa lucha que a veces es la vida. Fueron las palabras de ambos, pero en esta ocasión, una larga conversación con mi madre la que tocó las teclas precisas para revertir un proceso del que no podía salir. Tocar fondo y rendirme eventualmente me condujo a soltar, y de soltar, devino finalmente el amanecer. En una de sus acepciones, "Aus" significa "fuera(off)" en alemán, y fue en Aus, donde de una vez por todas dije: "FUERA!". Habré caído en esta batalla, pero he caído con la dignidad y la tranquilidad de quien ha dado todo de sí. *


¿Has estado alguna vez en Marte?

En los días que siguieron a Aus, los velos que nublaban mi cabeza se quitaron del medio, mi visión se fue aclarando, mi mente liberando y finalmente, la deslumbrante belleza de Namibia se reveló ante mis ojos. Avanzaba por un sendero remoto del desierto de Namib cuando una inmensa catarata de felicidad repentina invadió mi cuerpo, Nico renacía, era inminente, se reconectaba con su esencia y una vez más, en la más bella de las soledades, se fusionaba con el mundo para encontrar su lugar. Los colores del cielo a mi alrededor me empalagaban, las texturas pronunciadas por un sol rasante devolvían la tercera dimensión a la llanura del desierto, las manadas de aquel magnífico antílope llamado oryx corriendo en la inmensidad, me hacían sentir fascinado como un niño, y por último ese mágico silencio, sólo interrumpido por el crujir de las ruedas de la bici contra las piedras. Esto era todo lo que necesitaba para sumergirme en la experiencia sensorial que es cruzar Namibia. 


 Días más tarde, al pasar Helmeringhausen, doy con otros tres ciclistas en el camino, una pareja y Niel, un chico sudafricano. Terminamos el día avanzando juntos hasta acampar, pero me doy cuenta de que somos demasiados y yo tengo otro ritmo y quiero otra cosa. Sin embargo, Niel y yo hemos espontáneamente establecido una conexión fuerte desde el primer momento y decidimos continuar juntos. Encontrar un par tan afín a uno ya de por sí es genial, y para mí, en este momento en particular, la compañía de Niel es invaluable. No sólo me he ganado su grata compañía sino que he encontrado en él un verdadero compañero y amigo con quien complementarme estos días, donde los caminos del Namib se vuelven cada vez más duros pero también cada vez más increíbles.


 Con él, continuamos avanzando lado a lado por las partes más duras de este desierto, el Namib, el más antiguo del mundo, donde lo que abunda es la falta de gente y la soledad es permanente. El cielo es de un celeste tan inmaculado que en poco tiempo me hace olvidar que alguna vez existió algo llamado nubes. El clima es tan seco que el sudor no se manifiesta en humedad sino en la aparición de pinceladas de sal trazando la camiseta. En pocos días se abren grietas en la piel y la nariz se llena de mocos duros como las piedras que lastiman. Las bicicletas ruedan de a ratos hasta que se nos hunden en la arena profunda que inunda frecuentemente el camino. Hay que bajarse y empujar, una y otra vez, una tarea que no es fácil cuando llevo varios kilos en agua y comida para muchos días. 

Creemos que estamos solos, pero tenemos la ingrata compañía de miles de moscas del desierto. Estas porquerías con alas tienen la maldita costumbre de apuntar a la cara y sus orificios. Orbitan en la cabeza, casi siempre inmediatamente delante de los ojos nublando la vista antes de arremeter hacia dentro de las fosas nasales, las orejas y la boca, donde más de una vez, al inhalar me he tragado algunas hasta la garganta. Por suerte tengo mi posesión más preciada, mi "burqa", que ayuda mucho, porque aunque decenas se me queden agarradas de él, al menos no tengo que guiar con una mano mientras con la otra me reviento la cara a cachetazos con tal de estrujar a estos insectos del infierno.



 Como casi siempre es el caso en los desiertos del mundo, su belleza inhóspita acompaña todo el día, pero la verdadera magia llega al caer el sol. En el invierno de Namibia, el sol desciende temprano pero muy lento, extendiendo el crepúsculo por más de una hora. Es precisamente durante esa larga transición entre el día y la noche en el Namib donde los fenómenos hacen estallar los sentidos. En este vasto desierto hay tanto espacio para acampar que se vuelve difícil decidir dónde hacerlo. Para ello decidimos adentrarnos varios kilómetros fuera del camino, dentro del Namib-Rand. Es difícil creer la belleza suprema que nos circunda a medida que avanzamos cuando el mundo se transforma con cada metro que pedaleamos. Es un circo de colores, un carnaval, es como estar dentro de un caleidoscopio donde cada vista es surrealista, en un lugar donde hasta Dalí hubiera dudado de su propia creatividad.


El cielo se pinta de tonos tan extraordinarios que modifican el color del ambiente entero, ocurre lentamente y para el momento en que uno se da cuenta, todo alrededor se vuelve naranja, y luego rosado, y luego rojo y luego violeta, y luego azul, y luego negro. Mientras estábamos allí acampados, en el silencio absoluto, nos costaba creer dónde estábamos, no creíamos lo que estaba ocurriendo. Niel y yo acordamos de manera unánime en un sólo término: deslumbrante. Se le podría agregar también: extraterrestre. Estando allí, pensaba en cómo contar esto más tarde, la pregunta que me vino a la cabeza era: ¿Han estado alguna vez en Marte?. Yo no, pero creo que aquí, es lo más cerca de él que he llegado, nunca he visto algo semejante.

Esta foto no tiene errores de balance de blancos. El lugar era literalmente así.
 La noche cae pero le cuesta expulsar a un sol que se resiste a partir, aún cuando el cielo ya está poblado de millones de estrellas. Los tonos han virado al fucsia, el rosado, el amarillo. Es el mejor show que he visto en mi tele durante las noches en mucho tiempo. Me da gusto cocinar y comer mirando este programa. 


El sol se apaga de una vez, la vía láctea es una pincelada de polvo de estrellas que de un lado al otro del horizonte parte en dos al cielo. Es el momento perfecto para la digestión, acostarse boca arriba, empalagarse de belleza de postre y contar estrellas hasta quedarse dormido. La quietud es total, me quedaría despierto toda la noche pero a fuerza de conciencia decido meterme en la tienda, porque todos los días en el Namib son muy duros, y para lograr 65 km diarios necesitamos no menos de 9 horas intensas. Descansar bien es esencial, pero el silencio se interrumpe al poco tiempo cuando oigo a una hiena visitarnos. Oigo esa famosa risa siniestra que tienen, está cerca, nos circunda. No sé bien qué hacer, ni siquiera tengo mi Leatherman cerca, ni sé si Niel está aún despierto, pero me alegra saber que no estoy solo. Finalmente se va.  


Los días hasta Sesriem siguieron siendo una continua descarga de estímulos sensoriales. No hay lugar para pensar en el pasado, no hay lugar para especular sobre el futuro, tanta belleza presente te absorbe y uno la absorbe como una esponja. Nada más existe que el ahora, esto es éxtasis, es un estado de meditación continuo. He renacido de las cenizas, me siento fuerte como una roca, mi estado de ánimo es de plenitud absoluta. No necesito palabras, todo lo que quiero está aquí, todo lo que necesito también, las palabras son innecesarias, sólo estoy aquí disfrutando de este hermoso silencio.




*¿Por qué he llegado hasta aquí contando este costado emocional de esta aventura? Porque un aventurero, no importa cuán aguerrido sea, también tiene sus puntos frágiles, y cuando uno hace de un viaje su vida y de su vida un viaje, es imposible desprender al humano fuerte que vive de la adrenalina, del humano débil que también es sujeto a todas las cosas de la vida diaria. Leyendo historias de viaje como la mía, y las hay en abundancia, se corre el riesgo de generar una imagen idealizada de los que las hacemos. A veces tengo la impresión de que mucha gente me siente indestructible, pero ciertamente no lo soy, por eso, el fin de lo que escribo, es mostrar del modo más fidedigno todo lo que ocurre en una aventura, lo bueno, lo malo, lo feliz, lo triste, y no sólo lo que nos pinta falsamente como super-héroes.

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