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inSANIdad de paso


Es raro comenzar un día luego de haber pasado una noche en la que definitivamente creías que había llegado tu momento de dejar el mundo, pero el amanecer deslumbrante en la base del paso Sani me motivó a seguir adelante sin mirar para atrás a aquel momento de terror que había pasado. Luego de que el fuerte sonido del sello de salida golpeando contra la mesa me sacará de mi estado obnubilado en el puesto fronterizo sudafricano, sólo me quedaban 8 km por delante en tierra de nadie hasta alcanzar el puesto de Lesotho. Pero no serían 8 km cualquiera, serían los 8 km del famoso paso Sani, uno de los más rigurosos que me tocaría hacer hasta el momento.  



La paliza comienza tan pronto como se deja el puesto fronterizo sudafricano, el "camino" no es más que un lecho de piedras sinuoso subiendo sin piedad sobre una de las laderas de la cordillera Drakensberg. Puedo pedalear la mayor parte del tiempo durante los primeros 2 km, pero avanzando a unos miserables 3 km/h pedalear se vuelve más bien un ejercicio de acrobacia para no caerse que una actividad deportiva; por lo tanto, caminar empujando, aunque aún más duro, me resulta más conveniente. Lo cierto es que tampoco es para apurarse porque a medida que asciendo las vistas se vuelven más y más deslumbrantes. 


Ya por encima de los 2000 metros de altura, el agua proveniente de las vertientes, aquella misma agua de tormentas como las que en el día anterior casi me cobran la vida, desciende sobre el camino volviéndolo prácticamente un río. Debo tratar de evitar mojarme los pies porque aquí las temperaturas descienden rápidamente a medida que se incrementa el ascenso, incluso en pleno verano y de quedar mojado, para cuando las nubes de una nueva tormenta se apoderen del cielo, los pies se me van a helar de frío cuando llegue Lesotho.


Ahora bien, lo que suaviza la aspereza de este paso es que nunca me encuentro solo. El paso Sani es tan popular por su belleza que se organizan tours en 4x4 solamente para llevar a los turistas a la cima y experimentar la crudeza de este ascenso de piedras que se filtra por una estrecha ranura de la cordillera. Cada 4x4 cargada de turistas principalmente de Europa, se detiene para que la gente me pueda tomar fotos y preguntarme qué demonios estoy haciendo allí con una bicicleta. Porque si hay algo que es claro, es que se nota que no me resulta fácil cuando me ven hundiéndome en las rocas para lograr empujar la bicicleta unos míseros metros cuesta arriba. Pero como siempre, son los mismísimos sudafricanos que se vienen en sus propias 4x4 para disfrutar de la aventura de este camino, los que más alegría me traen. Marsel y su mujer se detienen para conversar conmigo con total fascinación, y mientras les cuento mi travesía, Amy abre el baúl para prepararme 3 sandwiches enormes de jamón, queso y mayonesa, acompañados por jugo de frutas bien helado. La calidez de esta gente me supera, no me quiero ir nunca de Sudáfrica!

  
Ya con la panza bien llena a media mañana continúo el ascenso y un par de kilómetros más arriba pasan Igmar con su novia. Se detienen también a conversar conmigo. Igmar, un chico sudafricano de un humor admirable, me mira sin poder creerlo y exclama estupefacto: "Nico! me quito el sombrero! pero no es sólo un decir....mirá! - exclama -  ME QUITO... EL SOMBRERO!" ( y literalmente se quita el sombrero y me hace matar de risa). Antes de irse me dice: "cuando llegues allá arriba, te espero en el pub (pub??- pienso-) y te invito una cerveza helada". Le digo que mejor una Coca-Cola porque no tomo alcohol, a lo que responde: "Si no estuvieras haciendo lo que estás haciendo, ya te hubiera perdido el respeto" - Se mata de risa y se sube a su Ford Ranger para seguir camino. Más tarde pasa Chantelle con su familia que están de vacaciones, paran, me ofrecen comida y me dicen que me esperan ansiosos en el pub (de vuelta el pub!, un pub?). Sigo cuesta arriba, con mucha energía gracias a esta gente increíble que no deja de detenerse para alentarme cuando me ven luchar entre las rocas, pero me tomo todo el tiempo del mundo, con momentos en los que me detengo para descansar y disfrutar el paisaje.


Todo va perfecto hasta que llego a los 2250 m de altura, al punto llamado "colina de las hermorroides" vaya a saber uno por qué, pero como es un problema del que padezco al menos una vez cada año, prefiero no hacerme ideas. Allí mismo, el paso Sani se vuelve brutal, casi una escalera caracol hecha de piedras sueltas. La pendiente es tan empinada en las curvas que apenas puedo empujar la bicicleta cuesta arriba sin que la presión misma me haga deslizar hasta más abajo del punto en el que di el primer empujón. El clima comienza a desmejorar a una velocidad espeluznante, el cielo se cubre de negro, me faltan aún unas 5 curvas de esta escalera del infierno y de repente me viene el miedo de la noche anterior. Otra tormenta eléctrica letal en camino pienso para mí mismo, pero cuando más rápido necesito ir, es cuando menos puedo hacerlo. Ruego que la lluvia se demore o que al menos no vuelvan los rayos de la noche anterior. 


Llego a los 2462 m empujando a duras penas, ya no me dan las piernas, no me dan los hombros de la fuerza que tengo que hacer, cuya mitad va en vano, perdida en el constante deslizar sobre las piedras sueltas. Allí me encuentro con la curva llamada: "la curva del suicidio", porque tal es la empinación y la posición de altísimo peligro en la que se encuentra que lleva constantemente a accidentes fatales. Si bien esto es un peligro mayor para un vehículo, no es nada agradable estar en una curva apodada con ese nombre. Cuando son las 14 hs, me quedan aún tres curvas, estoy hecho polvo, la lluvia está por caer en cualquier momento y hace ya mucho frío, pero en ese momento, desde el famoso "pub" autodenominado el más alto de Africa, que ya puedo avistar en la cima, escucho a lo lejos a coro, como si fuera la hinchada en un estadio de fútbol:  "NICO! NICO! NICO! NICO!". Todos los que me pasaron al subir, Igmar, Chantelle y otros, alentándome desde la altura. Qué felicidad! Es lo que necesitaba. Activé entonces mi 4x4 interno y con fuerza de tractor  finalmente alcancé el puesto fronterizo de Lesotho a 2874 m, luego de 8km y 6 hs de subida. 


Cuando llegué al pub, todos me estaban esperando. Igmar me pasa el menú y me dice: "ahí tienes, te pides lo que quieras, tienes que comer, yo te invito. Y no te preocupes por acampar, que necesitas descansar y darte un baño caliente, te quedas aquí esta noche, yo te pago la habitación, descansas y mañana continúas". Esta hospitalidad sudafricana que nunca deja de dejarme sin palabras, me llena el corazón! Mientras espero la comida y ellos siguen emborrachándose de alegría, salen a ver mi bicicleta y jugar un campeonato a ver quién puede levantarla y sostenerla por más de 3 segundos en el aire. Todos pierden, llevo comida para una semana, la bici pesa 80 kg, pero se matan de risa intentándolo. Son momentos de pura alegría y diversión.


Paso una noche hermosa, bajo la seguridad de un techo gracias a la hospitalidad de Igmar, cuando una nueva tormenta eléctrica azota las cumbres de Lesotho, pero esta vez me toca mirarla calentito desde una cama cómoda luego de tomar un reconfortante baño caliente, casi como viéndola por la TV. Al día siguiente me levanto a la madrugada para estar a tiempo y ver el amanecer. A casi 3000 m, en la cima de la cordillera Drakensberg, me encuentro por encima de las nubes, una sensación hermosa que experimenté por primera vez hace ya 15 años en los Andes peruanos en camino a Machu Picchu. Allí desde lo alto me siento a contemplar esta vista sin precio delante y mío, y a mi lado, este legendario paso indómito que he conquistado. Reflexiono sobre lo que he pasado para llegar aquí, miro al horizonte, lanzo un suspiro y me queda claro que mi momento no tenía que llegar la noche de la tormenta. Me siento pleno por haber conquistado este paso.


Y me alegro de haberlo hecho, porque los planes de asfaltarlo están en camino y son inminentes ya. Con el asfalto, se perderá al menos la mitad de su magia, porque si bien su belleza siempre estará, porque el lugar es ciertamente deslumbrante, de lo más bonito que he experimentado en todo Africa hasta el momento, esa rusticidad, ese toque salvaje que le da tener que luchar entre las piedras trepando esas curvas infernales, no estará más, y este paso, no será más que otro paso asfaltado empinado. El paso Sani es una insanidad de paso, allí, escurriéndose como una serpiente en lo alto, en esa estrecha zanja que se abre entre las cumbres de la cordillera Drakensberg, es un cuadro perfecto representando los sueños y las pesadillas de todo ciclista de aventura; pero ante todo, es la puerta de entrada más intensa e inquietante a uno de los reinos más hermosos del mundo, Lesotho, el reino de la montaña. 


Comentarios

  1. maravilloso!! y me imagino el esfuerzo, pero lo que más me impactó es el aliento de esos seres para que puedas cumplir tu cometido!! me hace pensar que aún la humanidad tiene esperanza... no?
    Seguí contandonos tus días por Africa, porfis!!
    Un besote Pata

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  2. Guau!!! Nico, eso es perseverancia... Pese a pasar muchas adversidades, veo que tienes una psiqué de acero. Porque las tormentas, a mi me dan tal miedo, que me desmayan. Y luego ese pedazo de puerto de montaña hasta Lesotho. Eres un crack... Ya sabes que en el sureste de España, te espero. Un gran abrazo

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