Desde hacía ya bastante tiempo, en épocas de planeamiento de este
viaje, dos cicloviajeros amigos míos, me habían dicho ambos, que
Sulawesi era sin dudas una de las dos mejores islas de Indonesia (la
otra siendo Sumatra) para andar en bicicleta. Así es que llegamos
allí con grandísimas expectativas. Si
bien me imaginaba muchas cosas sobre esta isla antes de llegar, no
tenía una imagen muy definida de la misma. Luego de un mes entero y
más de 1500km recorridos allí, una épica
travesía através de la jungla y recibido a mis
35 años, confirmo que Sulawesi es uno de los lugares más
espectaculares en los que he pedaleado en los casi 35.000km que tengo
encima rodando por el mundo.
Tierra de búfalos
Llegamos
al puerto de Pare Pare luego de nuestro primer largo viaje a bordo
del Bukit Raya, uno de los tantos navíos de PELNI, la compañía
nacional indonesia de barcos que conectan las mayores islas del país.
19 horas de navegación tranquila en un barco con capacidad para
miles de personas, pero casi vacío en esta oportunidad.
Fue muy fácil acomodar las bicicletas y encontrar un lugar para dormir en los vastos dormitorios comunales de la embarcación. Un cordial miembro de la tripulación que hablaba inglés nos describía terroríficas imágenes de PELNIs atiborrados de gente y nos decía que disfrutemos porque este era un viaje muy cómodo y tranquilo. (más adelante comprobaríamos cuán sabio era el consejo de este amable señor).
Fue muy fácil acomodar las bicicletas y encontrar un lugar para dormir en los vastos dormitorios comunales de la embarcación. Un cordial miembro de la tripulación que hablaba inglés nos describía terroríficas imágenes de PELNIs atiborrados de gente y nos decía que disfrutemos porque este era un viaje muy cómodo y tranquilo. (más adelante comprobaríamos cuán sabio era el consejo de este amable señor).
Si
bien los 4 días que pasamos descansando en Samarinda nos habían
servido mucho para reparar nuestros músculos, alimentarnos bien y
ponernos a punto para seguir adelante, una parte dentro de uno
esperaba que el tiempo a venir no fuera tan duro como lo había sido
Kalimantán, al menos no para comenzar.
Con
ese discreto deseo, comenzamos a rodar en camino al corazón de la
isla ni bien nos bajamos del barco. Uno de los tantos aspectos
positivos que tienen los tramos más duros es que te preparan para
todo y hacen del resto algo mucho más fácil. Así se sintieron los
primeros 200km de montaña que nos llevaron hasta Tana Toraja. Luego
de 45km planos a lo largo de pueblos pequeños, de casas
tradicionales bugis,
al borde de valles fértiles y plantaciones de arroz, comenzamos a
subir entre las montañas por la ruta llamada Trans-Sulawesi, pero
gracias a sus suaves pendientes nos costaba asimilar que
efectivamente estuviéramos constantemente subiendo. Es cierto que
esto era posible gracias a una incesante sucesión de curvas y
contracurvas, pero lo cierto es que luego de las diabólicas
pendientes de Kalimantán, este camino de subida resultaba realmente
una bendición. Y lo bueno no acababa ahí. Al ascender a los valles
de Tana Toraja, nos adentrábamos en un maravilloso microclima dentro
del trópico, un clima menos húmedo y notablemente menos caluroso
pasados los 800mts de altura. Esto hace que el paisaje de los valles
de Toraja sea tan ameno. Verde, exuberante, montañoso, lleno de
desniveles marcados por las terrazas de arroz y pueblos de gente
sencilla llevando aún modos de vida tradicionales.
A
diferencia de Kalimantán, donde había muy poca gente, Sulawesi se
siente notablemente más habitado y desarrollado, pero lejos de ser
algo abrumador, al contrario, una linda sensación de gente que le da
mucha vida al lugar y te acompaña al rodar. Las terrazas de arroz y
los búfalos empezaron a definir los rasgos principales de la región.
El búfalo es un animal que define el estatus de las familias Toraja,
se usa tanto a lo largo de su vida para labrar la tierra como para
ofrenda de
sacrificios en los famosos funerales de la región. Alcanzamos
Rantepao a los pocos días, el lugar base para explorar la cultura de
los Toraja, y a pesar de ser un lugar turístico y bastante visitado
por extranjeros, no ha perdido tanto su encanto.
Tuvimos
la suerte de llegar allí justo para el día en el que se realiza la
feria de venta de búfalos, en un pueblito pequeño a 8km de
Rantepao. A la feria asisten los criadores de toda la región a
vender sus animales.
Los
hay de todos los precios, el más codiciado es el búfalo albino, que
puede costar, ni más ni menos que hasta 10.000 dólares. El lugar es
un verdadero pantanal de excremento, donde hay que caminar
enterrándose hasta los tobillos en la mierda, abriéndose paso
empujando entre los búfalos que se frotan oseosamente unos contra
otros, no sólo sin ánimos de moverse sino que cagándose encima de
uno al
pasar.
Sus
amos, orgullosos junto a ellos se sentaban
en cuclillas y
esperaban
a que pasaran
los potenciales compradores.
Los
exhibían
con orgullo, hablaban
de sus cualidades, debatían
posibles precios mientras
examinaban a los animales.
Me impactaba el estilo imponente de estos hombres, su porte elegante
a pesar de su naturaleza campesina.
La
feria contaba
también con un sector de cerdos, signado por los alaridos de
desesperación de los animales que allí, a modo de campo de
concentración, se exhibían
vivos, atados a una especie de camillas de bamboo.
La
feria y sus personajes resultaron bien entretenidos, pero el impacto
más grande del encuentro con la cultura Toraja vendría después.
Por lo general, en todas las culturas, cuando uno es invitado a
formar parte de alguna celebración o ceremonia local, es invitado a
bodas, cenas, fiestas de cumpleaños, etc, pero
aquí, se invita a los
funerales. Fue realmente bizarro llegar al lugar y que la gente local
nos dijera que habíamos llegado en un buen momento ya que había
algunos funerales programados para aquellos días. Me preguntaba
yo.... “y esto es para festejar o qué?”. Lo cierto, es que los
Toraja celebran los funerales de una manera colosal. Tienen lugar
varios meses después de que el familiar ha fallecido. Dependiendo
del estatus social de la familia, decenas, sino cientas de personas
de todas las aldeas circundantes (e invitados casuales como los
extranjeros) asisten con ofrendas de azúcar, café y dinero y
celebran durante 3 a 7 días. Durante el transcurso de los días, la
gente simplemente se junta en el predio, conversa, bebe té y café,
come,
realiza rituales
ceremoniales y la familia hace una ofrenda grande. En el caso del
funeral en el que nos tocó participar, la familia, de estatus
bastante alto, sacrificó la irrisoria suma de 33 cerdos y 66
búfalos, así que el bullicio de la gente a veces era interrumpido
por los desquiciados alaridos de los cerdos siendo acuchillados en
algún rincón del predio.
La
experiencia de participar en uno de estos funerales no me dejó
personalmente una sensación de estar viendo algo único. Entiendo
que los Toraja practican esto genuinamente y lo hacen desde hace
cientos de años de la misma manera, pero el hecho de que al menos
hoy por hoy, inviten a cualquier aterrizado en la región por el mero
hecho de estar ahí, o peor aún, que caigan tours de turistas para
sacar fotos (ni más ni menos que a un funeral), no me brindó una
linda sensación de estar participando de un ritual íntimo, al cual
fui invitado por algún motivo genuino, sino la de estar en una
especie de circo, en el que puede participar el que se le da la gana.
No saqué ni una sola foto en toda la ceremonia y dejé mi cámara
metida en el
bolso en todo momento.
Eso dice mucho ya.
Funerales
aparte, hay algunos otros atractivos, como el de las tongkonan
de las
aldeas de todo el valle, que son uno de los ejemplos más exóticos
de arquitectura vernácula que he visto en Asia. Los hay tanto para
vivienda como almacén de las cosechas de arroz.
Como
la mayoría de los lugares turísticos por los que paso con mi bici,
en vez de salir a verlos, los termino usando para quedarme en la
habitación echado en la cama o en el jardín del lugar donde me
aloje, descansando, tomando café que por cierto se vuelve adictivo
en estas tierras, escribiendo este blog y respondiendo correos.
En camino hacia una
aventura extrema
Fue
durante aquellos días de lluvia en Rantepao, en nuestro acogedor
hotelito, donde tomamos una decisión importante. Renunciaríamos a
un camino lindo pero bastante fácil, en camino a unas islas
supuestamente paradisíacas (las Togean) y optaríamos por emprender
una aventura extrema através de la jungla. A veces es imposible de
contener la sed de aventura. Así es que saliendo de Toraja seguimos
primero, por la Trans Sulawesi en camino al lago Poso (Danau Poso).
Inicialmente teníamos pensado llegar allí para pasar mi cumpleaños
pero se nos hizo un poco tarde. Luego de bajar de Toraja volvimos al
calor de la costa y un par de días más tarde, ya en el día de mi
cumpleaños, iniciamos en Mangkutana, la nueva subida que nos
conduciría al lago, situado a 600mts de altura. Había estimado que
esta subida tendría unos veintipico kilómetros y creo que nunca le
erré por tanto. A pesar de ser una subida de pendiente suave, duró
no 20, sino 62 km y tuvimos que llegar a 1300mts antes de comenzar el
descenso al lago. Menudo regalo de cumpleaños, eran las 16.30 y
todavía seguíamos subiendo curva tras curva, no sólo se acababa el
día sino que un furioso frente de tormenta se formaba delante
nuestro.
La
efímera bajada de 20km nos encontró muy al final del día,
cansados, y a medida que avanzábamos hacia la tormenta, menores eran
las perspectivas de alcanzar Pendolo, en el borde sur del lago. 9Km
antes y pocos minutos antes de que deviniera el diluvio, paramos en un
pequeño desa. El desa
es a Indonesia, lo que ya he
contado que el barangay es
a Filipinas, la unidad más pequeña de estructura social y urbana,
una comuna. Y así, como en los barangays de
aquél país buscábamos al capitán del barangay, en
Indonesia buscamos al kepala desa (
literalmente:
Cabeza de la comuna)
en busca de ayuda para encontrar un lugar para acampar o dormir.
Si bien en Filipinas siempre han
sido hospitalarios con darnos el lugar, la ayuda casi siempre
terminaba allí. En Indonesia, la hospitalidad llega mucho más lejos.
Los kepala
desa sean
musulmanes o cristianos sin distinción, nos brindan siempre una
habitación dentro de su propia casa y nos reciben con su familia
entera, nos preparan café o té de bienvenida, cena después, el
baño para bañarnos y al día siguiente un robusto desayuno antes de
irnos, demás está decir que sin pedir nada a cambio, 100%
hospitalidad. Así es que, al final de mi día de cumpleaños,
bastante desilusionado por no haber podido llegar al lago, llegamos
al pequeño desa
donde nos recibió Alfons, su encantador y carismático kepala,
junto a su familia. Afons es un Protestante hecho y derecho, de esas
personas que se nota que creen en Dios no porque diga ser de tal o
cual religión en particular sino porque se nota que tienen a Dios
adentro. Cuando Alfons se enteró que era mi cumpleaños,
inmediatamente pasó el mensaje a su mujer quien preparó la cena más
deliciosa que habíamos comido hasta ese momento, un verdadero
agasajo que me llenó el corazón de alegría. A pesar de que en
general nadie habla inglés en los pueblos, nuestro bahasa
Indonesia (lenguaje
indonesio) iba
mejorando rápidamente en cada desa
con el pasar de los días hablando con la gente, y eso nos permitía ya comunicarnos cada
vez mejor. Así terminé el día muy feliz, cumpliendo mis 35 años.
Al
día siguiente amanecimos con un día radiante, desayunamos con
Alfons y familia y partimos hacia Pendolo, donde finalmente nos
abrimos de la Trans Sulawesi. Comenzamos a bordear el lago por la
costa oeste, siguiendo un angosto camino en muy mala condición pero
atravesando aldeas de cuento. Los holandeses, en épocas de colonia
habían controlado esta religión y traído con ellos a la iglesia
Protestante. Los pueblitos tienen casas pintadas de colores vivos,
todas con jardín delantero y simpáticos cercos pintados de azul y
blanco. Las buganvillas rosas, naranjas, blancas se enriedan en los
frentes de las casas, y cada pueblo tiene su propia iglesia. El camino
bordeando el lago era de una paz y tranquilidad totales, y luego de
unos campos de arroz amarillos prolijamente sembrados, finalmente
comenzamos a bordear el espectacular lago. El Danau
Poso
es tan espectacular, remoto en su costa este, solitario, que nos
costaba pedalear muchos kilómetros seguidos sin detenernos a darnos
un baño en sus turquesas aguas cristalinas. Había kilómetros y
kilómetros de playitas completamente aisladas, bajarse de la bici y
nadar bajo el sol era casi un deber moral. El agua es dulce,
totalmente transparente, tiene la temperatura justa y va de la mano
con un delicioso clima seco.
El
camino sin embargo, tenía su dificultad y saliendo de los trayectos
planos nos tocaban empinadas cuestas por senderos en muy mala
condición, pero cada elevación nos daba vistas memorables del lago
y al final del primer día hicimos un fabuloso descenso hacia un
pequeño desa de
tan sólo 300 personas, ubicado a orillas del mismo. El atardecer
traía su luz dorada y el sol filtraba mágicamente sus haces, entre
las grandes montañas que encierran a este paraíso que nos resultaba
tan pero tan ajeno al trópico.
Desde
allí, faltaban tan sólo unas pocas decenas de kilómetros para
alcanzar lo que sería, el desvío al extremo!
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