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Volcanes, bahías solitarias y arrozales



Manila la fea

Entrar y salir de las grandes ciudades en bicicleta es raramente una linda experiencia y Manila no sólo no es la excepción sino que es la más perfecta expresión del inmenso estrés que involucra dicho proceso. Manila es una urbe gigante de millones de habitantes y tanto para entrar como para salir de ella debimos cruzarla entera. Como suele ser el caso en todo país pobre, no es una ciudad armónica sino una de altos contrastes, y crudos. Manila no tiene medios, es rica o es pobre, es inmaculada o es mugrienta, es espaciosa o es hacinada, es opulenta o es miseria trágica, y son lamentablmenete las connotaciones negativas las que predominan por lejos en los horizontes virtualmente infinitos de esta metrópolis. Que una gran ciudad tenga contrastes y connotaciones negativas tampoco es sorpresa, menos en Asia, pero muchas a pesar de tenerlas, generalmente albergan cierto encanto, cierto pintoresquismo aún cuando algo tan triste como la miseria sea lo que predomina, pero Manila no tiene ni siquiera un dejo de atractiva, es simplemente fea, por donde se la mire, por donde se la camine, por donde se la pedalee.

Desde un punto de vista urbano, es de esas ciudades incaminables. Caminar en Manila pareciera conducir a ninguna parte, no hay nada para ver al andar, no hay vidrieras, no hay negocios y las distancias son enormes. Es una ciudad pensada para el transporte automotor pero el tráfico es un infierno constante y sólo genera ruido, congestión y polución. Las calles y avenidas no tienen ni una estructura ni un orden lógico, la ciudad parece haber crecido orgánicamente sin planes ni estrategias. Desde un punto de vista climático, la cosa no mejora, el calor es tórrido todo el año y la altísima contaminación ambiental del aire y el agua no contribuyen a que la experiencia en la ciudad sea más placentera. Se dice también que no es una ciudad segura, y puede que haya algo de verdad en ello ya que cada negocio, desde el más pequeño hasta el más grande, tiene seguridad privada armada hasta los dientes. Sin embargo, en nuestro caso personal, nunca nos sentimos inseguros.
Entrando por Quezon City, al extremo norte de la ciudad, tuvimos que pedalear por varios kilómetros sorteando todos los obstáculos e inconvencias citadas arriba. La miseria se ve reflejada en el aglutinamiento hasta lo impensable de casas armadas con lo que sea que se pueda, chapas, cartones, maderas, pajas, metales corroidos, lonas, todo sostenido como sea posible, cualquier cosa que se pueda usar para generar un techo. Es un escenario aún más impactante y más pobre que al que estuve siempre acostumbrado a ver en las villas miseria de mi Buenos Aires nativo, pero Manila no sólo es más pobre en calidad sino que las proporciones en las que uno se cruza con la miseria son abrumadoras.
Pero estamos en el tercer mundo, y el tercer mundo es ante todo y casi por definición, un lugar de injusticia, un lugar de diferencias trazadas con abismos. Luego de varios kilómetros de caos, llegamos de repente al primer mundo, un mundo de límites invisibles pero a donde lo “malo” mágicamente no entra, ni parece exisitir. Se llama Makati City y es el centro financiero de Manila y centro residencial donde los ricos viven aislados de todas las realidades del resto del país. Es planeta Makati, donde todo es limpio, verde, ordenado, es un ecosistema donde todo es “perfecto”, hay un Starbucks cada 80 mts vendiendo a 3 usd (recuerden que fuera de la ciudad la gente gana 5 usd por día) un vasito de expresso, un Mc Donald's cada 100mts, cafés “parisinos” que venden longitas de cheese cake a 5 usd o restaurantes de exiquisitas hamburguesas que cuestan 20 usd. Se respiran fragantes perfumes por las calles, la gente es sofisticada y parece totalmente ajena a como se vive a tan sólo un par de kilómetros de allí.
Fue en esta burbuja mágica donde encontramos lugar de descanso en esta ciudad, en la casa de Allen, un estadounidense de 71 años con energía de 30 años, que vive en la burbuja hace unos 12 años, y con quien he trabajado indirectamente en ciertos proyectos que hice durante mi vida en China. Allen nos atendió y cuidó como a dos ahijados malcriados en su piso en Makati y nosotros pudimos hacer uso y abuso de los placeres efímeros del aire acondicionado, la comida deliciosa, nuestra ropa planchada oliendo milagrosamente a jabón después de tanto tiempo, el internet ultraveloz y demás, pero no fueron tanto estos como el afecto de Allen lo que nos mantuvo felizmente allí. Fue nuestra primera pasada, pero tendríamos que volver.

Tierra de volcanes y frustraciones

Los lujos son lindos por un rato, pero no son indispensables y tampoco nos compran lo suficiente como para renunciar a los intensos placeres de la adrenalina del camino, así que luego de dos días en planeta Makati emprendimos rumbo sur, a Bicol, en el extremo sur de Luzon. Fue en búsqueda de volcanes y tiburones ballena pero encontramos más que nada tráfico y arroz. Por empezar, salir de Manila fue un infierno en sí mismo, la ciudad y su área de influencia se extienden no menos de 100km y el camino es una continua tortura de tráfico infernal que no cesa ni por un mísero metro. No hay virtualmente espacios sin gente y por la ruta circulan todos los vehículos posibles de a cuatro a lo ancho, con tan sólo dos carriles angostos. Es una experiencia que conduce al agobio y consume la cabeza mucho más rápido que subir cualquier montaña remota. Debían pasar tres largos días para que empezáramos a encontrar un respiro en el angosto tramo selvático del distrito de Quezon, donde comenzamos a subir y a bajar, de izquierda a derecha curva tras curva y ya pudiendo respirar gracias al frescor que emana la densa vegetación del lugar. Allí, en un pequeñísimo Barangay llamado Ikun encontramos lugar para pasar la noche, pero a diferencia de todos los demás Barangays, en este, los tanods (los serenos del hall durante la noche) se quedaron afuera por un rato largo, y fue a eso de las 22hs cuando yo aún estaba despierto hipnotizado contando las millones de estrellas en el cielo, que dos de ellos aparecieron de la completa oscuridad de la ruta cargando al hombro algo así como un enorme esternón de animal con todas las costillas al aire y aún con el cuero del lado exterior. Les pregunté qué era, y me dijeron con los ojos iluminados -es caballo!! es una especialidad de nuestro barangay. Allí mismo, en el patio delantero al aire libre, uno se puso a hervir leche de coco en un wok gigante, otro se puso a quitarle el cuero a las costillas, otro armaba la fogata y el otro cortaba en pequeños trozos para llenarlos de especias. Antes de la media noche, el wok desprendía un aroma delicioso mientras acomodaban platos y cubiertos. Los tanods me miraban emocionados, yo les había dicho incialmente que no quería, pero cuando la cena estaba servida, el apetito de ciclista que no deja ver, pudo contra toda resistencia y dije “a comer se ha dicho”. En mi infructuoso camino hacia un eventual vegetarianismo, aún de la mano de una novia vegetariana, debo decir que ese caballo rebosado en suave leche de coco era una necesaria delicia cargada de proteínas para darle vida a mis músculos, o al menos esto es una perfecta excusa para justificar que sigo sucumbiendo ante la carne.
Al salir de la selva nos encontramos en un camino perfectamente plano nuevamente, rodeado de terrazas de arroz que se funden con el horizonte, a veces con perfectos arco iris en el cielo y a veces con algo que nunca había visto antes, dobles arco iris.


Sin embargo, esta vez era un horizonte interrumpido por volcanes, primero el Monte Isarog, luego el Monte Iriga, ambos inactivos y finalmente, al final del camino, el más espectacular de todos y el motivo de nuestro recorrido hasta Legazpi, el magnífico Monte Mayon, activo, siempre humeando sulfuro por su perfecta cima punteaguda. El volcán es un cono perfecto de 2500mts de altura saliendo de una superficie completamente plana, es perfectamente simétrico y ha causado muertes y estupor una y otra vez cada vez que ha erupcionado. Como toda estrella, el Mayon se hizo desear, los dos primeros días de pedaleo desde donde es visible, estuvo completamente cubierto por un maldito manto de nubes vistiéndolo en su totalidad desde su base hasta su cima, independientemente de que el día fuera radiante. En ese momento, completamente frustrados, decidimos emprender el desvío de 40km a Donsol para nadar con los tiburones ballena, que según dicen, es una experiencia de esas únicas en la vida. Lo más lindo de esta travesía que debimos hacer ida y vuelta por el mismo camino, fue disfrutar de las plantaciones de arroz más bellas hasta el momento. El baño dorado del sol de final del día, cuando el sol ya deja exprimir al cuerpo, le devuelve el color al pálido verde del mediodía y lo trae de vuelta a la vida hasta el esplendor. En los pueblitos de chozas de paja, los campesinos acaban el día volviendo a casa por los surcos entre los parches de plantaciones, los niños corren por los arrozales jugando inocentemente, divirtiendose por el mero hecho de ser niños, ya que aquí apenas llega la electricidad y la diversión se reduce a los cosas más básicas de la vida. Rodar estas rutas sin tráfico, de aldeas tranquilas y gente sencilla es uno de los motivos más lindos por los cuales uno elige la bicicleta para viajar.


Y llegamos finalmente a Donsol para encontrarnos con que los tiburones ballenas no habían aún migrado a la zona, a pesar de que ya era entrada la temporada. Perfecto, una frustración más y pegamos la vuelta hacia Legazpi, aún teníamos días y cruzando los dedos, el Mayon ya estaría destapado. Pero llegamos a Legazpi y el Mayon seguía obstinado, envuelto completamente en nubes, nubes localizadas ya que el resto del cielo estaba completamente descubierto. Era casi final del día, nada justificaba siquiera quedarse en Legazpi, es una ciudad pequeña y feísima, como todas las ciudades Filipinas de todos los tamaños. Decidimos seguir camino hacia la remota península de Caramoan circumbalando al volcán en su totalidad y se acercaba el final del día cuando el manto se elevó y dejó a la bailarina al descubierto. Era pleno atardecer y finalmente el glorioso Mayon, humeante, se reveló ante nuestros ojos, un espectáculo increíble.


La espera había valido la pena. El sulfuro desprendiéndose de su estrecha cima se teñía de rojo con la luz del atardecer, las nubes hacían un arco de formas textiles bailando con el viento, las cocoteras en su bases se mecían con el viento y ya nada importaba, ni que hubiera tardado en aparecer ni que el quedarnos a contemplarlo significara pedalear varios kilómetros entrada la noche Vimos al Mayon desaparecer entre las sombras de la noche y nosotros seguimos un oscuro camino hasta el primer barangay que encontramos, donde por supuesto, una noche más, una familia nos recibió con afecto y hasta con una cena de lujo.

Ruidos ruidos ruidos y más ruidos!

Las hospitalidad filipina es increíble, pero para disfrutarla es un deber seguir el ritmo de vida filipino. Los filipinos se levantan temprano, muy temprano. La vida comienza normalmente a eso de las 5 am, en muchos pueblos aún antes y para las 6 am, cualquier pueblo ya está en plena actividad y el bullicio hace imposible volver a pegar un ojo, esté donde uno esté. Por otra parte, como ya he contado en el post anterior, los filipinos aman a sus gallos, y todos tienen uno o varios en su propia casa. Todo barangay, a eso de las 3.30 am empieza paulatinamente a volverse un loquero, y yo estoy convencido de que los filipinos se levantan a las 5 am porque a esa hora, la cantidad de gallos cocoreando al mismo tiempo es tan pero tan insoportable que prefieren creer que algún día su gallo los hará ricos y vale más la pena vivir de esa ilusión, antes que salir con una escopeta y volarles la cabeza para que los deje dormir. Yo no mataría a un gallo, pero juro que todos los días, a las 4am temía convertirme en un asesino serial. Así fue como la combinación de ruidos y nuestro ejercicio diario nos fue programando el reloj biológico para caer dormidos a las 20hs y amanecer a las 6am (gracias a los gallos de mi....y la re....pu....que los pa...... y a los ruidos de la gente gritando). Se volvió tan inquebrantable que aún en los días que existía la remota posibilidad de dormir más, era imposible hacerlo.
Así, entre barangay y barangay ruidoso fuímos avanzando por la ruta oeste, en rumbo norte por más y más pueblitos y grandes extensiones de arrozales.


En todo filipinas, saliendo de las ciudades, la mayor cantidad de casas son simplemente chozas de entramados de paja sobre palafitos y no hay prácticamente divisiones internas. La familia completa, come, duerme y vive en un sólo ambiente, y no hablamos de familias tipo, los filipinos son máquinas procreadoras, una familia típica tiene entre 6 y 7 hijos y creo que si no fuera por la magia alimenticia del arroz, que crece por doquier en estas tierras, es difícil de imaginar cómo alimentar tantas bocas siendo la gente tan pobre. A pesar de la pobreza, los filipinos no le tienen miedo a tener hijos hasta reventar, la población jóven del país es impactante. Hay muchos niños, muchos jóvenes, hay una fuerza laboral gigantesca pero muy poco trabajo rentable, pero la familia es la unidad más fuerte en el país y todos se ayudan entre sí. Muchas, sino casi todas las familias, tienen al menos un integrante que vive en el exterior y la fuerza laboral filipina fuera del país es una de las más grandes del mundo, el ingreso de dinero proveniente de los filipinos viviendo en el exterior para sus familias es tan grande que la economía misma del país depende en gran parte del mismo. Filipinas es un gran exportador de enfermeras de altísima calidad, de personal altamente educado para los hoteles y restaurantes de lujo de todo Asia y de empleados de la construcción para medio oriente. Las niñeras filipinas están siempre en altísima demanda en las urbes de ricos como Hong Kong y Singapur especialmente, porque las filipinas son reconocidas por cuidar a los hijos ajenos como a sus propios hijos. Los lazos familiares son tan fuertes que resultan tan admirables como agotadores, ya que la gente, en algún punto es presa de ese vínculo tan estrecho y las libertades individuales se ven altamente restringidas.

La lluvia encima

Llegar a la península de Caramoan no fue tarea fácil, el camino se desvió de los arrozales para entrar en un camino de selva montañoso junto al oceáno inmenso a nuestro lado. Cada bahía era un espectáculo de aguas transparentes y playas sin nadie que nos servían de pequeño paraíso privado para flotar mirando el cielo y relajar los músculos cuando sea que quisiéramos dejar las bicis y echarnos al agua.



Luego de varios kilómetros de bahías llegamos hasta el final del camino, en un pequeñito barangay donde subimos las bicis a una bangka, que es una versión acuática del jeepney y por poco más de dos horas navegamos por aguas de perfecto azul eléctrico hasta esta remota y selvática península. Parece que hay un programa de TV aparentemente muy conocido en el mundo sobre el cual no tenía idea, pero seguramente no es más que otros estúpido reality show. Este se llama Survivor y consta de someter a los participantes a todo tipo de supervivencias que llaman “extremas”, las cuales, al ser TV no tengo duda de que son una mentira absoluta para entretener a las masas. La versión de varios países fue filmada en este lugar por sus características geográficas y su aislamiento pero una persona local me dijo que cuando vienen a filmar llegan 650 personas del equipo de filmación y decenas de contenedores con toda la carga para instalarse de 3 a 6 meses. Durante esos meses el pueblito vive de ellos una suerte de primavera, sobre todo por las enorme cantidades de alcohol que se consumen. El resto del año, cuando fuímos nosotros, no es más que un tranquilo y pequeño pueblito de pescadores en el medio de la nada. Los caprichos insólitos del clima hacen que tan sólo en esta puntita sea época de lluvias cuando en el resto de la provincia es temporada seca, así que teníamos sol durante la mañana y luego del mediodía el cielo se cubría de un manto negro para devenir en fuertes lluvias hasta la noche.


Luego de tan sólo un par de días emprendimos la larga vuelta a Manila, volvimos a las tierras alfombradas de verde y campensinos trabajando de sola a sol.


Obtuvimos diferentes vistas del Isarog, que a pesar de estar inactivo y ser bastante más bajo que el resto con sus 1400 mts, siguen impactando en el horizonte al salir como una protuberancia desde las verdes llanuras


Llegamos a Manila listos para recibir una visita especial y tomarnos unas vacaciones de dos semanas de las bicicletas. Era hora finalmente de descansar a lo grande y disfrutar del paraíso de pececitos de colores del que todos hablan cuando se habla de Filipinas.

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